miércoles, 22 de febrero de 2012

Un cafe a las cinco de la mañana.


Eran
Eran casi las cinco de la mañana cuando la abuela se levantaba, en forma apresurada calzaba sus desgastadas pantuflas y con pequeños pasos que parecían confundirse con los nuestros llegaba hasta la cocina, el olor a café siempre despertó a mi familia.
Era una costumbre escuchar las campanadas a las ocho ya todos reunidos tomando café negro para los mayores, con leche para los pequeños.  Brazos y manos se cruzaban tratando de alcanzar alguna hogaza de pan dulce.
Cuando murió la abuela, nada fue lo mismo… no hubo nadie que acelerara el paso para ganarle al reloj que marcaba las cinco, ningún paso bajando los escalones, mucho menos ollitas de barro a pleno vapor calentando agua para un café calientito.
Así pues, paso tiempo de la muerte de la abuela y fui desarrollando una pasión por los lugarcitos donde el olor a café solía marcarse, lugares que permitieran charlas entre amigos o conocidos, sin llegar a ser estos monstruosos imperios que ostentan tal variedad de café como de gente y que sin embargo son vacios en contenido y sabor.
No, lo mío era entran el algún pequeño local, donde  la casa a lo mucho ofreciera uno o dos tipos de pan, donde el café no sale de alguna extraña maquina, que parecen más naves alienígenas que una simple y cotidiana cafetera..
Llámeme simplista.
Pues bien, junto con la pasión de un buen café, de exquisito aroma y excelente cuerpo…comencé a notar que no solo me aficione al café, si no al lugar también, no uno en especifico si no en si a todo lo que encierra un local, sus visitantes, los comensales que eligen una y otra vez la misma silla a pesar de ser diferente día, los asiduos que se empeñan en ser atendidos de primeros o de últimos, las meseras que suspiran esperando la salida, y gente como yo, despistados leyendo el matutino.  Una mañana había quedado en una cita, no se porque considere que un lugarcito que otros días me había dado tan buena experiencia seria el perfecto lugar para enmarcar una cita amorosa. La chica en cuestión era una vieja amiga que no había visto desde los años de la universidad, no había pasado tanto tiempo pero aun recordaba su sonrisa y el brillo en sus labios cuando reía. Las calles estaban recién mojadas y cruce con tan mala pata que sumergí mi pantalón en un pequeño charco. Maldije para mis adentros, jale la puerta que era de cristal saturada de anuncios referentes al café que a cuadras uno podía saborear su olor.  Buenos días! Dije, con esto interrumpiendo la faena de las meseras que con una soñolienta mirada y un desganado buenos días me recibían.  Me apresure a la mesita que antes ya me había acogido, extendí el matutino por mera costumbre, la pluma iba y venia de la boca de la mesera cuando se acerco a preguntar por mi orden. Sin meditarlo pedí un expreso cargado, y algún trozo de pan, espero alguien dije tímidamente. Ella ni siquiera pestano, dio la media vuelta y en unos instantes el café, el aroma y un sabroso pan estaban frente a mi. Venia tan animado y presuroso que jamás atine a mirar el reloj, trágicamente  o afortunadamente la ultima vez que cheque la hora fue justamente a las cinco de madrugada para volver a perder el sentido. Cuando volví a despertar no me dio por ver el tiempo simplemente sentí que era la hora y me apresure a asearme. 
Extendí la mano y me di cuenta que el apuro olvide mi reloj, mire a un lado y al otro por las paredes que se interrumpían así mismas con una línea blanca y de las cuales había un sinfín de dibujos.. Mas sin embargo nada que me diese la hora. Pregunte con pena y apuro la hora, acaso mi cita abrumada por la lluvia o desencantada por el hecho de ser pasado y no presente había prescindido de presentarse.
Una voz suave casi infantil vino a mi rescate, las siete con veintiocho, las siete con veintiocho! Subí el tono de la voz, si, dijo ella, bajando el suyo, imposible, no solo había llegado temprano, si no que simplemente había llegado demasiado temprano. Acordamos que la hora perfecta para nuestro encuentro seria las diez y media o las once. Asentí al acuerdo porque no me importaba esperarla en tan buen ambiente.
Las siete con veintiocho repetí para mis adentros. Mire el matutino…cuando  dos risas pasaron muy cerquita pero sin interrumpir realmente nada.
Lo vas a pedir light decía una de estas voces que antes había estallado en risa..
Interrumpe la otra voz..si claro, no se tu pero yo si cuido el aumento de caderas, imposible no voltear a ver el cuerpo al que se le condena de tal forma.  Un pequeño vistazo que no levante sospecha ni de que escucho ni de que les veo.  Regreso al matutino cuando una frágil mano interrumpe mi lectura, jalando y doblándolo tan solo un poco, disculpe usted, puedo tomar su azúcar. Si claro. Adelante, contesto,
 gracias, y de aquella frágil mano, invadida ya por los anos, sale una voz tan temblorosa como mayor, un poco de azúcar morena, sabe hace anos que el medico lo desaprueba pero siendo yo de cuba es mas que para endulzar para recordar  tiempos.
Sonrió, bajo el periódico y le invito a sentarse, parece que esa frase es mas que una simple oración un preámbulo a una larga conversación. Error, la vieja, sonríe y me dice me esperan mis nietos. Acto seguido y como si estuviera ensayado entran dos chiquillos, peleándose por tomar a la vieja de brazo, mama tina grita uno mama tina..grita otro, con canela, o crema batida y desvió la mirada para ver que se refieren al café que la mesera bate con hielo y un poco de cajeta derretida..
Ah trágica desilusión, es uno de esos cafés, no es que les odie pero no veo como puede ser  que se le mate así a un buen soldado y encima le sirvan con popotes y mezclado. Suspire mientras vi a la vieja, tomarse de los chiquillos y ellos en cada mano, una de esas bebidas frías.