A veces uno se
siente como parada en la roca más alta de un enorme abismo, ahí podemos sentir
el aire golpeteando contra nuestro cuerpo,
contra nuestro rostro; la adrenalina y el miedo nos recorre al sentirnos
enfrentados al inmenso vacío. Ahí uno lucha por no caer, uno lucha por
alejarse, por sostenerse de lo que sea, aunque lo que sea, tiene índole nocivo,
aun así uno se empeña en abrazar eso.
Sin darse cuenta que más allá del abismo hay un mar, un mar que no
repica contra las olas si no las abraza suavemente un mar que nos invita a
nadar, a caer en él y sumergirnos sin peligro alguno; pero uno no lo ve. Así
estoy, aferrándome con los pocos dedos que me tocan y la vida empeñada en
mostrarme mejores mañanas y yo empeñada en no soltar lo que tengo: nada.
Ahí están todas
estas caídas emocionales que me impulsan al vacío y en mi miedo no veo el agua
calma, el placer que sería nadar en esas aguas. Y bien ya hace unos días me
dieron un gran aventón y hoy termine por tirarme, aún estoy recorriendo ese vacío entre el abismo y el mar, aun las lágrimas no
secan y fluyen por si solas, espero pronto llegar al mar, nadar en sus suaves
olas dejar el miedo y la angustia atrás. Dejar esa sensación de sentirse dejada
de lado de sentirse negada para el amor. Y mientras la caída dura tanto no
queda más que cerrar los ojos y no sentir más el corazón.
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